miércoles, enero 10, 2007

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Se hace tarde, muy tarde. Aún no se escucha doblar las campanas. La habitación me envuelve con alargadas sombras que se mofan de mi soledad. Mi latido compite con el viejo reloj que jamás se dignó a darme un respiro. El vaso de agua, el cenicero y el clinex, delatan las exiguas ganas de seguir uno de los principales capítulos impreso en cualquier manual de limpieza. Mi pecho se ha convertido en cárcel de mi desdicha y mis oídos ya no reclaman cualquier chasquido sospechoso de noticia. La esperanza hace rato que dejó de rebañarme los ojos y se marchó a reposar. Los pensamientos ambiguos rodean mi testa para desgarrar cada poro y morder mi masa gris. Mi sangre se oscurece y va coagulando cada recuerdo, cada vivencia que ahora se confunde en sueño. Siento mis manos ensangrentadas de sonrisas, de besos y de recuerdos. Quiero agarrar, golpear y deshuesar con saña mi injusto destino, pero las larvas ya consumen más de la mitad de mi cuerpo.

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