jueves, enero 11, 2007

Una Epístola carente de sello y dirección de envío.

Desde que me dejaste sin concederme ni el beneficio de la duda, vivo instalado en la calle de la armargura. En lo único que pienso, en lo único, es en la forma de poder abrirme las costillas y arrancar de dentro esta sensación que me esta matando y consumiendo poco a poco...

Demasiadas emociones y momentos para poder digerir de una vez sin que se produzca indigestión mortal.

Te respeto y por lo menos espero que tu lo lleves mucho mejor.

Zyan

P.D. Mi mayor pecado fue enamorame de tí hasta la médula.

Estrella Fugaz


Te voy a contar una historia que un día sucedió. ¿Me dejas? ¿Verdad? Gracias cariño. Porque si hay algo que tu me has enseñado, es que los niños nunca dejan de ser curiosos. Porque tú eres una niña. Si cariño si, la niña que más dulce me ha sabido decirle ”Mi Niña” mientras quisiste. Por esto te doy las gracias y como tu me dejas y se que tu curiosidad te reclama, te la cuento.

Había una vez que se era, un lugar triste y sombrío que se llamaba Pecho. No eras triste porque sí, sino porque con los años su interior se fue pudriendo. En este lugar como en tantos otros, estaban sus habitantes orgullosos de su jardín principal, al cual llamaban de manera locuaz Corazón y con toda la razón del mundo, porque estaba justo en el lugar más céntrico del Pecho. En antaño, como en hogaño, este apasionado jardín pasó por varias manos que lo cuidaron. Unas más que menos quisieron conocerlo y retocarlo, pero las más, como las menos, nunca consiguieron conservarlo. El jardín no es que fuera muy especial, pero nadie, quizás por su inexperiencia llego a mimarlo. En cierta ocasión y quizás por su brava insistencia, una jardinera procedente de un lugar remoto se ofreció a cuidarlo. El jardín ávido de dejarse querer, fue dando su fruto. Florecieron algunas caléndulas, margaritas y hortensias de verano. La jardinera de procedencia lejana, nunca lo llegó a comprender y tanto jardín como cuidadora se dejaron llevar por el atardecer, hasta que una noche fría y helada, dió al traste con todas sus florecillas. El jardín Corazón, como antes te dije que lo llamaban, se hundió en el fango y pensando que de esta no saldría se desnutrió llorando.

Pero ahí no acabo la historia. No, cariño no. Porque aunque el Pecho y sus habitantes, lánguidos y desesperanzados dieron por perdido su jardín, sucedió un hecho extraordinario por el cual esta historia ha de seguir.

Un día cualquiera del calendario, el más inesperado y no por ello menos importante, el jardín dio por azar con una cuidadora, de largo pelo de azabache y grandes y profundos ojos como la aurora. La cuidadora jardinera, que procedía de tierras cercanas a un cálido mar, se molesto en conocerlo y comprenderlo. Lo regó, lo mimó, lo abonó, se quedó con él todas las largas noches del invierno. Le cantó, le bailó y a nada nunca le dijo que no. El jardín conoció la dicha como jamás nadie se la había dado a conocer. Todo era perfecto, geométrico y azucarado. Del jardín brotaron cientos de especies especiales. Si, especies especiales. Así como suena…

Al final, la verdad, es que no sé cariño si comieron perdices o coquinas. Lo cierto es que aún nadie me supo contar su final, si es que lo tuvo. El susodicho jardín nunca en la vida se podrá quejar de la suerte que tuvo de conocer a alguien tan maravilloso e ideal como el de su atenta jardinera. Hay gente en este mal llamado mundo que tiene una estrella especial y que no es fácil de encontrar.

Si, de acuerdo, es tarde, ya apago la luz. Solo decirte cariño que tu tienes una estrella igual, quizás hasta fugaz y ninguna historia se asemejará, por siempre jamás, a la que tu me has hecho vivir.

Buenas noches cariño

miércoles, enero 10, 2007

...


Se hace tarde, muy tarde. Aún no se escucha doblar las campanas. La habitación me envuelve con alargadas sombras que se mofan de mi soledad. Mi latido compite con el viejo reloj que jamás se dignó a darme un respiro. El vaso de agua, el cenicero y el clinex, delatan las exiguas ganas de seguir uno de los principales capítulos impreso en cualquier manual de limpieza. Mi pecho se ha convertido en cárcel de mi desdicha y mis oídos ya no reclaman cualquier chasquido sospechoso de noticia. La esperanza hace rato que dejó de rebañarme los ojos y se marchó a reposar. Los pensamientos ambiguos rodean mi testa para desgarrar cada poro y morder mi masa gris. Mi sangre se oscurece y va coagulando cada recuerdo, cada vivencia que ahora se confunde en sueño. Siento mis manos ensangrentadas de sonrisas, de besos y de recuerdos. Quiero agarrar, golpear y deshuesar con saña mi injusto destino, pero las larvas ya consumen más de la mitad de mi cuerpo.