martes, julio 17, 2007

La tarde avanza y no paro de pensar en ti y en lo que me cuentas a través de tu dulce letra. He leído tu carta una y cien veces. La llevo cerca de mi pecho y cada día que pasa es una arruga más en el papel perfumado por la esencia de tu cuerpo. Ojalá el correo fuese más rápido. Ojalá aquella inoportuna tormenta no hubiese destrozado los cables que nos unen por teléfono a Europa. No tengo noticias tuyas ni esperanza de que tú las tengas en menos de dos semanas. Ando corto de dinero como sabes y lo poco que voy ahorrando es para poder comprar el billete de regreso a España. Cómo deseo el momento de volver a verte y poder escuchar tu voz y tus susurros. ¡Maldita lejanía! Espero que algún día el mundo cambie y no separe a las personas de esta forma tan injusta. Ojalá un día los teléfonos no fallen y se puedan llevar en el bolsillo. Ojalá inventen una forma de poder comunicarse más barata, rápida y sorprendente, que apacigüe la distancia de la mejor manera posible. Que imaginación tengo, lo sé, pero bueno, también se decía que el hombre nunca podría volar, ¿verdad? Bueno me voy rápido a la plaza que desemboca al puerto. Allí comprare sobre y sellos para enviarte esta carta y la foto que te prometí. Mañana a primera hora salen los buques mercancías hacia Europa y no quiero llegar tarde a la vieja tienda de Mariana, la cual, creo que cierran después de medio siglo al servicio de los ciudadanos. ¿Qué pena verdad? Cuantas veces lleno de ilusión he charlado con la afable anciana sabiendo que pronto tendrías noticias mías. Bueno cariño, no te olvides de mí y doy gracias al menos, que por medio de estas misivas sigamos en contacto. ¡Que alegría que exista el correo! Mientras tanto y como en cada noche, hablaré contigo en sueños.

Te Quiero Amor Mío

Siempre tuyo

16 de Julio de 1927

1 comentario:

Gata Chata dijo...

Alrededor del año 2500 a. C. un egipcio picapedrero, ataviado con su shenti, le dijo a su mujer: el faraón nos llama. Mañana al amanecer partimos hacia la meseta de Giza para trabajar en una gran construcción. No sé cuándo volveré, te echaré de menos. Ojalá tuviera un emisario como tiene el faraón para poder saber de ti, mi amor.

En 1168 un artesano fue llamado por el rey y éste, entre lágrimas, se despidió de su mujer: Mujer, nuestros hijos y tú necesitais pan. La única manera de prosperar es enconmendándome al rey. Me hará sufrir no saber de vosotros. Ojalá tuviera una paloma mensajera que me diera noticias vuestras. Os reuniré conmigo tan pronto como pueda.

Sobre 1715, y sólo quince días después de haber tenido a su sexto hijo, el marido de Bertha fue llamado a la guerra. Ojalá supieras escribir y yo supiera leer -le dijo ésta- para poder tener noticias tuyas mientras estás fuera. Busca a alguien que te escriba una carta y yo buscaré a alguien para que la lea pero, por favor, dime que sigues vivo.

1927, 16 de julio (releer post).

En el año 2007 aproximadamente cualquier vía de comunicación era posible. Laura, desde Escocia, escribía correos electrónicos a Silvia, que estaba en Roma de Erasmus, y tardaban menos de un segundo en llegar. Pedro caminaba por las calles de Ávila hablando a tiempo real con su novia Estela que se despedía de él antes de entrar en el metro de Valencia. Steve y Sara se veían y se oían aunque estaban a miles de kilómetros de distancia. Él estaba en Londres y ella en Cádiz pero tenían una web cam y un micrófono que los ponía en contacto cada tarde, sobre las 8 aproximadamente, hora española.

Veinte años tardó el picapedrero de la pirámide en poder ver a su esposa. Tres años tardó el artesano en poder saber de su familia. A los siete meses Bertha recibió una carta de su marido, esta vivo, se lo dijo el cura del pueblo que le leyó la carta, aunque omitió el párrafo donde él le suplicaba que le contara a su hija que su padre murió como un héroe. A principios de agosto la chica recibió la carta y lloró mientras la leía. Yo también te quiero, amor mío- decía mientras retiraba las lágrimas que corrían la tinta del papel-. Silvia abrió su bandeja de entrada, Pedro tuvo que despedirse porque Estela llegaba tarde al trabajo, Steve y Sara, después de tres horas frente al ordenador, se despidieron acercándose mucho al objetivo de la cámara como si pudieran darse un beso.

Y por más que todo se había hecho más fácil más de cuatro mil años después, ninguno dejaba de echar de menos a quien no tenía cerca.